El domingo 15 de junio de 1952, el derrumbe de una parte de la tribuna dejó como saldo dos muertos y decenas de heridos.
CDMX (Patricia Guerra Frese / 643 Network).- Un alfalfar lleno de zanjas, al que se llegaba en el tren de mulitas desde el Zócalo, era el terreno que estaba entre el Río de la Piedad y el Convento del mismo nombre, junto al Cine Aldama. Había servido como depósito de trenes y bodega de herramientas antes de que el equipo de beisbol de Luz y Fuerza del Centro llegara al Parque Delta en los años 20 del siglo pasado. Hoy, de ese ambiente bucólico y plácido queda solamente un grosero centro comercial. Trasladaron las tribunas de madera para aproximadamente 200 personas desde un campo que rentaban en la Condesa hasta ese lugar. El nombre DELTA responde a un acrónimo ideado por Luis R. Ochoa, entonces entusiasta deportista de la Compañía de Luz y que fue el primer Secretario General del Sindicato Mexicano de Electricistas. D por deportivo, E por empleados, L por luz, T por tranvías y A por anexas. Era junio de 1925. Grandes momentos beisboleros vivió el Parque Delta con el nacimiento de la Liga Mexicana de Beisbol. Imagínese usted a Martín Dihigo batear de 6-6 en un juego, a Babe Ruth pegando el que seguramente fue el último home run de su vida, o a los Diablos Rojos del México maniatados por la serpentina perfecta de Ramiro Cuevas. Momentos inolvidables, pero también hubo una tragedia que nadie quiere recordar. Era domingo, aquel 15 de junio de 1952. Las puertas del Parque Delta se abrieron a las 10:00 AM para permitir que los aficionados entraran, todos querían conseguir un buen lugar en el área de preferente detrás de home. Se jugaba el tercero y definitivo de la serie entre Diablos Rojos del México y Rojos del Águila de Veracruz. Mario Pérez Barragán iba de la mano de su padre ¿Qué podía pasar por la mente de un niño de ocho años que estaba a punto de ver un juego de pelota? Seguramente ilusión de admirar al sensacional camarero Felipe Hernández, o poder llevarse una pelota. A Mario, su padre lo dejó un momento al pie de la escalera para ir al baño. “Espérame aquí, no te muevas”, le dijo y el niño obedeció. La familia García Navarrete consistía en Don José Trinidad, Doña María y sus cuatro hijos, Rosa Elena de 2, Javier de 9, María Eugenia de 16 y Héctor de 15. Acudieron aquel domingo a ver el juego al Parque Delta y se sentaron en la parte más alta de la tribuna de preferente, justo atrás de home. Eran las 10:50 de la mañana cuando escucharon un extraño sonido. El padre de Mario apenas había caminado unos metros cuando escuchó gritos y luego un estruendo. Regresó corriendo por su hijo, pero el pequeño yacía debajo de unas diez personas que habían caído desde la parte más alta de la tribuna de preferente. Como pudo trató de rescatarlo, pero el pequeño ya había fallecido. Una parte de la tribuna de preferente, justo la que estaba junto a la escalera se desplomó. Cayeron decenas de personas entre la madera rota desde unos diez metros, entre ellos los García Navarrete. Toda la familia de Don José Trinidad sufrió lesiones, solo él quedó intacto y por ello pudo acudir a la Cruz Verde a reconocer el cuerpo de su hijo Héctor García Navarrete, quien murió horas después. Más de treinta personas resultaron heridas ese aciago día en que el beisbol dio la nota roja y no se culpó a nadie del accidente. Una fatalidad, algo inevitable fue lo que resultó de las investigaciones. Lo cierto es que madera en mal estado provocó que se derrumbaran 20 metros cuadrados de tribuna junto con las vidas de dos menores de edad que hoy nadie recuerda. Ni un minuto de silencio, ni una placa en el estadio que se construyó un año después, ni una mención con el dato correcto en los libros de historia de Diablos, ni nada. Un oprobioso olvido a cambio de su afición.
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